domingo, 23 de agosto de 2015

DESIERTO DE INVIERNO


Hubo un tiempo en que fui feliz, 
me entregué al cálido regazo del amor, 
de un hogar, del destino, de los sueños de un futuro, 
esos que me hacían suspirar al intentar día a día construirlos pie a pie. 
Construimos barreras inquebrantables, pilares tan fuertes, tan sólidos, 
aquellos muros edificados con el más duro cimiento, 
creyendo, nunca apilarían. 
Cometí la locura más grande que se hace por amor, 
aunque algunos creen saberlo sórdidamente, 
me acogí a un amor eterno, sublime, 
regocijé mi vida a aquella luz que me sacó de la sombra 
y diluyó mis creencias, mis fuerzas y así, 
ante un ser espiritual, bajo su hogar, sobre sus cimientos, 
acepté ante la vida y la muerte, 
sobre el bien y el mal como algunos palabrean 
al llegar a esta cúspide a corazón abierto 
mientras soñamos bajo el miedo de nuestras almas 
sedientas del ser iluminado que permanece a nuestro lado, 
ese que promete jamás desfallecer ante las barreras del olvido, 
ante seres destinados al sombrío deber de tercera persona, 
ante físicas torturas sentimentales de lo que nunca se pensó, 
siempre se temió, pero nunca sucumbió hasta que se nombra el adiós, 
aquella palabra devastadora que muchos tememos. 

Y aquí me tienes, solo, 
ante estas letras difusas, 
somnolientas 
y sedientas de cumplir 
lo que siempre se juró, 
pero nunca se luchó.

Este es mi legado, 
mi sombrío llanto 
sobre las ruinas de una primavera 
con tormentas al anochecer, 
solo deseo que algún día, 
aquellos seres que enceguecidos 
matan lentamente un sentimiento, 
perdonen sus egoístas y desdichadas almas 
para satisfacer fielmente su soledad infinita 
en este mundo de ladrones sin destino.

Jack

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