DESIERTO DE INVIERNO
Hubo un tiempo en que fui feliz,
me entregué al cálido regazo del
amor,
de un hogar, del destino, de los sueños de un
futuro,
esos que me hacían suspirar al
intentar día a día construirlos
pie a pie.
Construimos barreras inquebrantables, pilares tan fuertes, tan sólidos,
aquellos muros edificados con el más duro cimiento,
creyendo, nunca apilarían.
Cometí la locura más grande que se hace por amor,
aunque algunos creen saberlo
sórdidamente,
me acogí a un amor eterno, sublime,
regocijé mi vida a
aquella luz que me sacó de la sombra
y diluyó mis creencias, mis fuerzas y así,
ante un ser
espiritual, bajo su hogar, sobre sus cimientos,
acepté ante la vida y la muerte,
sobre el bien y el mal como algunos palabrean
al llegar a esta cúspide a corazón abierto
mientras soñamos bajo el miedo de nuestras almas
sedientas del ser iluminado que
permanece a nuestro lado,
ese que promete jamás desfallecer
ante las barreras del olvido,
ante seres destinados al sombrío deber de tercera persona,
ante físicas torturas sentimentales de lo que nunca se pensó,
siempre se temió, pero nunca
sucumbió hasta que se nombra el adiós,
aquella palabra devastadora que muchos tememos.
Y aquí me tienes, solo,
ante estas letras difusas,
somnolientas
y sedientas de cumplir
lo que siempre se juró,
y sedientas de cumplir
lo que siempre se juró,
pero nunca se luchó.
Este es mi legado,
mi sombrío llanto
sobre las ruinas de una primavera
con tormentas al anochecer,
con tormentas al anochecer,
solo deseo que algún día,
aquellos seres que enceguecidos
matan lentamente un sentimiento,
matan lentamente un sentimiento,
perdonen sus egoístas y
desdichadas almas
para satisfacer fielmente su soledad infinita
en este mundo
de ladrones sin destino.
Jack
Jack